viernes, 7 de septiembre de 2012

Ritmo

Hay un ritmo. Está claro que hay un ritmo. En cómo distribuyo los puntos, las comas, los acentos, en cómo construyo las frases, hay un ritmo que me es propio como las huellas digitales, como el ADN, y es montado en ese ritmo que puedo escribir, y es dejándome llevar por ese ritmo que mi escritura se vuelve fluida, y cuando me salgo del ritmo
como ahora
que de pronto pensé y me salí del ritmo
cuando me salgo del ritmo
todo se vuelve torpe, ineficaz,
todo deja de decir
y la escritura empieza a ser un
esfuerzo,
y la lectura empieza a ser un esfuerzo, y necesito pensar cada palabra antes de escribirla y cuando termino de escribir las palabras que pensé leo lo que escribí y veo que no se acerca ni por las tapas a lo que quería decir, que está todo mal dicho, que de hecho estoy tratando de decir algo, mientras cuando me dejaba llevar por el ritmo no necesitaba tratar de decir nada, todo lo que tenía que hacer era escribir y lo que había que decir salía espontáneamente, y el peligro latente es que al final me levante a buscar el mate, me tome uno, vea que está frío, cambie la yerba, caliente el agua y ya que estoy me hago un pancito con algo y a la mierda el ritmo y la escritura y todo.

La escritura es música. Ya lo dijo Aristóteles, o por lo menos yo entendí eso. Vaya a saber uno lo que dijo Aristóteles en realidad. Lo digo yo. La escritura es música. La escritura es baile. Si pienso, me equivoco. Me tropiezo. La escritura requiere de un trance muy parecido al de la interpretación musical, un dejar de lado la cabeza y confiar en la inteligencia de los dedos, de las manos, del cuerpo.

Cuando se pierde el ritmo lo esencial es recuperarlo. A veces se recupera en seguida. A veces se tarda un rato. A veces varios años. A veces nunca más.