domingo, 22 de julio de 2012

Globos

Lo que tiene volver a escribir después de un tiempo más o menos largo de no escribir
(entre todas las cosas que tiene)
es que uno, yo, vos, uno, escribe cargando demasiado peso.
Está lo que está bien y lo que está mal.
Lo que se debe y lo que no se debe.
Lo que te acerca a ser un escritor y lo que te aleja de serlo.
Durante el tiempo de la no escritura, estas dos entelequias
(¿está bien usada la palabra entelequia? Entelequia. Entidad. Estas dos entidades.)
estas dos entidades, que durante el tiempo anterior, el tiempo de la escritura, no voy a decir que no existían pero se encontraban al límite de la no existencia, infinitesimales [Esto es mentira; nunca se encontraron al límite de la no existencia; siempre estuvieron ahí pero jodiendo poco] fueron creciendo, prosperando, acrecentándose al punto de ocupar casi todo el espacio sin dejar prácticamente nada de lugar para la escritura.
[Todos estos corchetes podrían evitarse si yo encontrara una manera más o menos cómoda de poner enlaces a notas al pie. La nota al pie en un blog sin un enlace apropiado me parece de lo más incómodo que hay para el lector. Así es más fácil: el que no quiera leer las notas, que se saltee los corchetes.]
Así es como escribir, lo que era en una época una tarea placentera y amigable [También mentira], se va convirtiendo en algo trabajoso, algo demasiado parecido a hacer fuerza, a empujar, a tratar de abrirse espacio para respirar en un lugar completamente, o casi completamente, ocupado por dos globos enormes que nos asfixian.

Con lo cual dan cada vez menos ganas de entrar a la escritura.

Sin embargo, volvemos a arremeter, porque la escritura, enteramente ocupada por los dos globos, ejerce una atracción constante (una atracción que está formada por una cantidad de sentimientos y emociones de lo más diversos y contradictorios, entre los que no están ausentes la inseguridad, el ego y la pila de neurosis que nos llevan de la mano por la vida) que no nos deja en paz. Mientras no escribimos [actividad a la que le dedicamos casi todo el tiempo] no hacemos otra cosa que pensar en escribir: que no estoy escribiendo, que tendría que estar escribiendo, que cuánto hace que no escribo. Cagándonos la vida, porque la pasaríamos mucho mejor si nos dejáramos de joder con eso de escribir. Hasta que, de tanto en tanto, volvemos a tomar carrera y nos mandamos a la habitación. La mayor parte de las veces rebotamos en la puerta; a veces podemos penetrar un poco antes de ser expulsados otra vez, fuera de la escritura.
Lo primero que habría que hacer es encontrar un punto débil y reventar los dos globos para que las dos masas purulentas que los llenan, a las que llamamos lo que está bien y lo que está mal, caigan, se mezclen, inunden la escritura, y trabajar con esa mezcla mugrienta como cuando éramos bebés y trabajábamos con caca, porque era lo único que teníamos para trabajar, igual que ahora, es lo único que tenemos para trabajar.
Y sobre todo para que la presión disminuya porque así no se puede vivir.

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